En internet y en las farmacias se multiplican las promesas de batidos que “te harán perder 5 kilos en un mes” o de dietas líquidas que aseguran resultados rápidos y sin esfuerzo.
El reclamo es potente: beber un par de sobres al día en lugar de cocinar, ver bajar la báscula casi sin pensar y olvidarse de contar calorías. Para quien busca perder peso, puede sonar a solución perfecta.
Sin embargo, en consulta escucho siempre las mismas dudas: ¿realmente funcionan estas dietas?, ¿son seguras o pueden hacer daño?, ¿qué pasa cuando dejo los batidos y vuelvo a comer normal?
Como dietista, mi opinión es clara: las dietas líquidas pueden ser una herramienta eficaz, pero solo en contextos muy concretos, además también esconden riesgos y limitaciones que conviene conocer antes de empezar.

¿Qué ocurre en el cuerpo con una dieta líquida?
Cuando hablamos de dieta líquida, en realidad hablamos de varios formatos, desde sustituir una o dos comidas al día por batidos hasta regímenes de reemplazo total con muy pocas calorías (menos de 800 kcal/día). En todos los casos, el mecanismo es sencillo, se crea un déficit energético grande y controlado.
Eso puede traducirse en una pérdida de peso rápida y también en mejoras metabólicas iniciales, como menor glucosa o mejor control de la insulina en personas con sobrepeso o diabetes.
El problema es que también hay riesgos, ya que se puede dar una pérdida de masa muscular si no se acompaña de suficiente proteína y ejercicio de fuerza, efectos secundarios como mareos o estreñimiento, y sobre todo un punto crítico, la recuperación del peso perdido cuando se vuelve a la alimentación normal.

¿Qué dice la ciencia?
A nivel resumido, estas son las principales investigaciones:
Adultos con sobrepeso u obesidad
Las dietas líquidas no son una simple moda pasajera, cuentan con bastante investigación detrás. Un metaanálisis de Astbury et al., (2019) que revisó más de 20 ensayos clínicos mostró que los programas que incorporan sustitutos de comidas, como batidos en lugar de una o dos comidas diarias, logran una pérdida de peso significativamente mayor al cabo de un año en comparación con las dietas convencionales basadas solo en consejos dietéticos.
Esto se explica porque al estandarizar parte de la ingesta se reducen las decisiones diarias y el riesgo de sobrepasar las calorías, algo que en la práctica muchas personas agradecen.
Por otro lado, los programas de reemplazo total o las dietas muy bajas en calorías (menos de 800 kcal/día) pueden producir descensos rápidos a corto plazo y mejorar marcadores metabólicos, pero su ventaja en peso frente a dietas convencionales no es consistente.

A un año, los programas con batidos (con apoyo intensivo) adelgazaron 6,13 kg más que las dietas habituales. Es una diferencia media vs control
Sin embargo, estudios como la revisión de Herrington et al. (2022) señalan un punto crítico: el éxito real no depende solo de la pérdida inicial, sino de lo que sucede cuando la persona vuelve a comer alimentos sólidos. Sin un plan de transición y seguimiento, el riesgo de recuperar parte del peso perdido es alto.
Personas con diabetes tipo 2 o hígado graso
En personas con diabetes tipo 2, los resultados son aún más llamativos. Ensayos recientes muestran que estas dietas pueden reducir la glucosa en sangre en pocas semanas, mejorar la sensibilidad a la insulina e incluso inducir la remisión de la enfermedad en algunos pacientes.
Además, en casos de hígado graso no alcohólico (NAFLD) se ha visto una disminución rápida de la grasa hepática, lo que puede mejorar la función del hígado y reducir el riesgo de progresión a problemas más graves (Kashyap et al., 2022). Eso sí, estos efectos positivos se dan bajo protocolos clínicos muy controlados, lo que deja claro que no se trata de una estrategia “hazlo en casa” sin supervisión.

Las VLCD (Dietas muy bajas en calorías) no adelgazaron más que las dietas convencionales: −0,33 kg de diferencia media (no significativo)
A largo plazo
El gran reto no está en perder peso, sino en mantenerlo. Ensayos con seguimientos de más de 1 año evidencian que muchas personas recuperan entre un tercio y la mitad de lo perdido si no existe plan de transición y apoyo conductual.
En el ensayo de Pekkarinen et al., 2015), tras la fase de pérdida, el mantenimiento del ≥5 % del peso fue de un 52 % con un programa de mantenimiento frente al 44 % sin programa en la semana 69, y ambos quedaron en un 33 % en la semana 121. Estudios más recientes sugieren que añadir farmacoterapia o apoyos adicionales puede ayudar, pero el mantenimiento sigue siendo el talón de Aquiles (Cifuentes et al. (2023).

Tras perder peso, mantuvieron ≥5 %: 52 % con programa de mantenimiento vs 44 % sin programa en la semana 69; ambos 33 % en la semana 121
Riesgos y precauciones de una dieta líquida
Recuperación del peso perdido. Frecuente si no hay plan de transición y mantenimiento estructurado tras la fase líquida (seguimiento ≥12 meses).
Pérdida de masa muscular. El déficit grande, sin suficiente proteína y entrenamiento de fuerza, favorece pérdida de masa magra junto a la grasa.
Efectos secundarios frecuentes (generalmente leves y transitorios). Cefalea, mareo, estreñimiento, fatiga, sensación de frío, halitosis por cetosis.
Desequilibrios de electrolitos y micronutrientes si las fórmulas no son completas o se prolonga sin supervisión (riesgo de hipopotasemia, déficits de vitaminas/minerales).
Hipoglucemia en diabetes si hay medicación. Al reducir drásticamente la ingesta, insulina o sulfonilureas pueden provocar bajadas de azúcar si no se ajustan dosis.
Riesgo de cálculos biliares con adelgazamiento rápido. La pérdida acelerada de peso aumenta la litogénesis biliar; en personas de riesgo se valora profilaxis y seguimiento médico.
Impacto psicosocial y adherencia. El formato muy estructurado puede funcionar para algunas personas y resultar restrictivo para otras, con abandono y efecto rebote.
Rendimiento físico y recuperación. Ingestas muy bajas dificultan mantener entrenamientos de fuerza y la recuperación muscular, salvo adaptación del plan (proteína suficiente y periodización).
Análisis crítico de los estudios
La evidencia deja claro que funcionan para perder peso a corto plazo y que incluso pueden mejorar la salud metabólica en contextos concretos. Pero también revela que:
- La definición de “dieta líquida” varía mucho entre estudios, lo que complica comparaciones.
- La mayoría de ensayos dura pocos meses; hay menos datos sólidos a largo plazo.
- La adherencia es un gran obstáculo: algunas personas lo llevan bien, otras lo abandonan rápido.
- Si no se incluye suficiente proteína y entrenamiento de fuerza, se pierde músculo junto con grasa.
Por eso, como dietista, considero que son una herramienta clínica válida, pero no una estrategia general ni sostenible para la población.
Conclusiones
Las dietas líquidas son una herramienta potente para inducir pérdida de peso rápida y mejorar algunos parámetros metabólicos en personas con obesidad o diabetes tipo 2.
La evidencia científica avala su eficacia en esos escenarios concretos, siempre que se realicen con supervisión y con fórmulas nutricionalmente completas.
Sin embargo, su utilidad como estrategia general para perder peso es limitada, porque la recuperación del peso perdido es muy común cuando no existe un plan de transición hacia una alimentación equilibrada y sostenible.
Además, los riesgos de pérdida de masa muscular, los efectos secundarios y la baja adherencia a largo plazo hacen que no sean recomendables como primera opción.

Como dietista, creo que más que buscar atajos líquidos, lo más efectivo para la mayoría de personas sigue siendo aprender a comer, entrenar fuerza y construir hábitos que se puedan mantener en el tiempo.